Cómo relacionarnos mejor con los otros fue uno de los principios del yoga que legó el sabio Patanjali:
“Cultivando actitudes de simpatía por los que están felices, compasión por los infelices, admiración por los virtuosos e indiferencia por los malvados, la mente retiene su calma imperturbable”, se explica en el libro Los yoga sutras de Patanjali, de Sri Swami Satchidananda.
En mi camino de vida, primero como periodista, he conocido a mujeres que me han enseñado con valores, amor e inspiración, otras con desdén, chismorreo y decepción.
No quiero hablar de las últimas y como dicen por allí muchas frases hechas “todo es un espejo”, supongo que en ese momento yo también manifestaba esas conductas poco elevadas.
Sin embargo, desde que empecé mi camino en el yoga he tenido la fortuna, de (por lo general) encontrarme con mujeres que me hacen brillar los ojos de admiración, gratitud y dicha de aprender de ellas.
A excepción de otras personas que han tenido experiencias poco gratas, yo puedo decir que muchas mujeres y hombres que he encontrado en el camino del yoga y la meditación han sido fuerzas de solidaridad, apoyo y crecimiento.
Entiendo que no todos tenemos la misma experiencia. A veces puede ser intimidante empezar a practicar yoga.
Para algunas entrar a un salón donde el 90% son mujeres, algunas con cuerpos despampanantes, las más inseguras de nuestro físico podemos sentirnos afligidas o acomplejadas.
El complejo no sólo se queda allí, sino que al empezar la clase te comparas con la alumna que tiene más tiempo practicando, se sabe las secuencias o sus posturas alcanzan la perfección de un 10 de gimnasia olímpica.
Desde mi experiencia, el yoga no sólo ha sido un espacio para descubrirme, sino también para lograr amistades que me han transformado.
Estar rodeado de otras yoguinis me han dado el impulso de seguir adelante aún en los momentos en que quería renunciar.
Mis profesoras me han permitido vivir el significado de sororidad, no hay competencia, hay aprendizaje, hay ayuda, hay crecimiento colectivo.
Para mi es una fuente de aprendizaje inagotable entrar a clase y ver a mis amigas yoguinis llegar a una postura avanzada. Al verlas cómo entienden su cuerpo me ayudan a mi a desarrollar la confianza para ser compasiva, paciente y amorosa con el mío, sin caer en complejos de por qué yo no puedo. Créame ya he pasado por allí y no es un buen lugar en donde estar.

Las Yoguisisters
Dos de mis grandes regalos del yoga son mis yoguisisters Claudia Fonseca y Alicia Fung La Grave.
De ambas aprendo, me nutro, me veo en ellas y busco retribuirles lo mucho que ellas me dan sin pedirme nada. Por su amor al yoga, al servicio de esta filosofía de vida y de nuestra hermandad.
Alicia y yo enseñábamos en el mismo estudio, cuando tomábamos clases juntas, siempre me ponía a su lado, era como sentir la vibración de esta matriarca venezolana en sus secuencias y aprender de ella en cómo se aproximaba a las posturas de yoga.
Nuestro profesor siempre la usaba de ejemplo para demostrar una postura en la clase.
Ella lo hacía con gracia, con el dominio de su cuerpo y con la humildad del que logra algo con naturalidad.
Disfrutaba verla hacer una postura y me alegraba como si fuera mi cuerpo el que lo hacía.
Por qué, porque una postura puede que nos tome mucho tiempo, o quizás no podamos hacerla, pero nuestra actitud de alegría, de aprendizaje y de compartir la buena asociación o Satsang, nos impulsa a evolucionar.
De Claudia aprendo su serenidad en la práctica, yo que soy un poco estresada con el perfeccionismo no hay mejor lección que esa. A ser autodidacta y regalar lo que sabe. A disfrutar al dar sonriendo.
Es ese tipo de relación que Patanjali nos invita en el yoga a admirar sin envidiar, a alabar sin hipocresía, a tener paciencia con el que no sabe.
Es uno de los grandes regalos que el yoga nos invita a vivir como mujeres, como seres que se elevan más allá de las diferencias y se nutren una de la otra sin caer en el drama de la intimidación.
Estar rodeada de mujeres que quieren sentirse bien con ellas mismas, afianzarse, amarse, es un espacio sagrado al que todas deberíamos tener acceso. Si lo tienes, eres afortunada.
Es tener la oportunidad de barrer con ese estereotipo de que las mujeres nos criticamos, nos metemos el pie, envidiamos a la que está más buena y póngale otro sello machista que se nos ha estampado.