Mi frustrante primera clase de Yoga

Si alguien me hubiera predicho 10 años atrás que iba a enseñar clases de yoga, le hubiera respondido que era un charlatán mentiroso. Sí, porque ni el yoga era lo mío ni el ser suave con mis palabras tampoco.

La primera clase que hice fue cuando estudiaba en Florida International University. El salón estaba repleto y la profesora estaba sentada en el piso frente a los alumnos. En ese momento no entendía muy bien el inglés, menos el nombre de las poses, como dicen en buen venezolano, parecía un ventilador mirando de lado a lado para ver de quien me copiaba.

Estaba irritada, me sentía frustrada, había estudiantes de diferentes condiciones físicas y todos hacían las poses, se contorsionaban, se paraban en una pierna, se caían y levantaban. Y yo, enojada porque no entendía, porque era imposible llevar un pie al frente y dejar el otro atrás para luego levantar el torso.

La profesora estaba sentada, inamovible en su esterilla, apenas audible, como si hasta hablar le implicara un esfuerzo. Nunca se levantaba y yo no me atreví a decirle qué quieres que haga, no te entiendo. Me puedes ayudar, por favor.

Mi primera clase de yoga, fue todo un fracaso, no lo disfruté ni un solo minuto. ¿Qué hacía allí?

Pero le volví a dar otra oportunidad, qué podía perder. Como vivía en los dormitorios de la universidad tenía que aprovechar las actividades que ofrecían allí. Pensé, quizás en la próxima me sienta mejor.

En la segunda clase no hubo una reconciliación, ni siquiera un apretón de manos entre las posturas, Asanas, y yo. Nada, lo que había era una incompleta incomunicación, mi inglés tan limitado, mi cuerpo torpe para entender y mi mente cerrada como un candado, no había manera de entenderse.

Salí con la idea firme de no tomar una clase más. Me justificaba al pensar: Prefiero el pilates, él y yo si nos entendemos, nos compenetramos como una pareja de verdad.

En ese momento pensé que el Yoga era sólo para quienes ya habían hecho esto por décadas y estaba negado a los novatos como yo, a los que no entienden el mismo idioma, como yo.

Así, como una previsible comedia romántica, varios años después el Yoga me reencontró… o yo volví a él.

Nos topamos, por cierto en un estudio de pilates, a quien le dedicaba mi fidelidad absoluta. Así sin proponérnoslo, el Yoga y yo nos reencontramos y decidimos intentarlo de nuevo.

Esta vez, como esos romances que comienzan de a poquito, con una sonrisa y una conversación amistosa, sin pretensiones, así nos fuimos conociendo. Así yo me fui enamorando. Hoy tenemos una relación estable que crece cada vez más. En mi próximo artículo te contaré como se fue avivando este romance entre en el mat y yo.