Cuando comencé a practicar Yoga no fue amor a primera vista, no tenía esa sensación de adrenalina o enganche como cuando hacía bailoterapia, bueno está bien Zumba como se le conoce en todas partes. Sin embargo, había algo que me hacía volver.
Después de ese par de intentos fallidos con el Yoga años atrás, mi profesora de Pilates, Vilija Conley, me sugirió tomar una clase de yoga con ella. De inmediato le respondí no, eso no me gusta.
Ella, sonriendo, y como buena profesora que sabe leer las limitaciones de sus alumnos, me dijo que ayudaría a mi flexibilidad. Vas a mejorar tus poses de estiramiento en el Pilates, me dijo. Palabra mágica para mí, mejorar.
Una noche tomé una de sus clases y solo estábamos tres personas. Fue una clase para principiantes, algunos Saludos al Sol y las posturas más básicas como los Guerreros I y II. En estas posturas sentía que al extender los brazos, hacia los lados o hacia arriba, me dolían. Era imposible que pudiera dejarlos firmes por más de tres segundos. De inmediato tenía que bajarlos y sacudirlos para despertar los calambres.
En ese momento, (mi mente que vagaba como un papagayo), recordaba cuando en la escuela los maestros en Venezuela nos hacían levantar los brazos para llevarnos luego a posición de descanso, que de descanso no tenía nada. Después de soportar esos segundos, como si los bracitos de los niños fueran fiscales de tránsito, entonces nos dejaban recostar la cabeza en los brazos sobre el pupitre.
Esas nuevas clases de yoga, tenían otro sabor, estaba entendiendo lo que tenía que hacer, podía guiarme por la enseñanza de mi profesora y trataba de copiar lo más exacto posible lo que veía. Ahora empezaba a disfrutar las clases.
Aún, mi relación con el Yoga era esporádica, pues seguía “saliendo” con el muchacho Pilates. Hasta que un día comencé a acomodar mis horarios para hacer los dos disciplinas. Digamos que estaba siendo infiel.
De una manera sutil, a un ritmo más acorde con mis capacidades, empecé cada vez más a entender y a querer hacer esos Guerreros a pesar de que mis brazos sintieran el esfuerzo. Sabía que al final de la clase ya esa sensación se desvanecería al terminar en Savasana.
Para ti cómo han sido o fueron tus primeras clases de yoga, qué recuerdas.