
Si algo he podido experimentar y tratar de entender de mis maestros es que siempre, por más difícil que sea la realidad externa, los cambios empiezan por uno mismo. Que tornar los ojos hacia adentro nos hará ver la bondad que tenemos, pero que por los miedos y la ignorancia, ésta se opaca.
Las protestas por la muerte de George Floyd levantan la voz ante el cansancio de décadas de desigualdad. ¿Pero qué pasará cuando este hervor pase? Cuando volvamos quizás a nuestra cuarentena física y mental. Espero que todo este movimiento nacional, que ha trascendido las fronteras, sea el inicio de un cambio institucional, económico y social para que haya inclusión e igualdad para los grupos marginados como los afroamericanos, hispanos LGBT y otros.
Pero, este cambio también pasa por mirarnos nosotros mismos, en nuestra intimidad, en la cotidianidad de nuestras acciones. Costará o tomará más tiempo erradicar la discriminación si cada uno de nosotros no hacemos una evaluación sincera de cuán racista podemos ser, hemos sido o seguimos siéndolo.
Sí, es una verdad incómoda, pero todos hemos caído en algún momento de nuestra vida (a menos que seas un niñ@ el que me está leyendo), en un comentario o, al menos, pensamiento discriminatorio o prejuicioso. Me dirás que no, que tu no, pero te reto.
He reflexionado sobre los comentarios que he hecho en el pasado, que he escuchado de mis familiares, amigos, compañeros de trabajo, contactos de social media… sobre algún grupo étnico, político o religioso.
Hagamos este ejercicio, sólo rellena el espacio en blanco:
“Que brut@, tenía que ser _____”
“No te mudes para esa zona porque allí viven muchos ______”
“__________, son unos escandalosos, esa gente es así”
“__________ tienen un complejo de que los discriminan, pero tienen la culpa de lo que les pasa.
Hoy es George Floyd quien murió clamando por aire, por su deseo de respirar como lo tiene cualquier ser viviente, sintiente. Como él, hay historias similares.
Hace unas semanas los chinos eran agredidos en las calles porque los culpaban de esparcir el coronavirus.
Quizás no estarás de acuerdo con lo que digo, pero si no queremos que esto se repita siempre podemos hacer más. Si no puedes ir a marchar, donar dinero, votar, si no puedes tantas cosas, hay algo que sí podemos hacer, observarnos.
Podemos ser el ejemplo juntos contra la discriminación y el racismo. Tampoco vamos a juzgarnos y caer en el auto reproche, por el contrario, tenemos la oportunidad de si estamos equivocados, arreglarnos. Mi maestra Bárbara Bredy me dijo un día, “el camino espiritual no es de perfección, es de transformación”. Es una elección propia si decidimos ver, entender y sentir diferente, desde un lugar con más empatía y serenidad.
Protestar, es la opción cuando todas las conversaciones se acaban. Nací y crecí en Venezuela y las manifestaciones eran como mi ejercicio de cardio ante tantos clamores.
Pero más allá de eso, observar mi discurso sobre los que piensan y actúan diferente a mi, es la verdadera marcha, la más larga, la del entendimiento de que no soy la única y que el otro es tan válido como yo. Gracias a mis maestros Livan, Tashi, Norbu del Kadampa Meditation Center, Bárbara Bredy y tantos otros que me han encaminado a mirarme hacia adentro, la única salida.