El poder de la Postura del Niño

Quién no ha estado en una clase de yoga con la firme intención de hacer todas las posturas como dignas de fotos, esforzarse hasta el último aliento y respirar tan fuerte que todos los escuchen. Yo sí, al menos cuando comencé a tomar las primeras clases.

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Para hacer la Postura del Niño o Balasana, separa las rodillas, junta los dedos de los pies, apoya el torso en el mat, estira los brazos al frente (o puedes llevarlos hacia atrás en dirección a los pies) y deja caer la frente en el piso. Respira profundo por la nariz y siente que con cada exhalación vas empujando con suavidad el cuerpo en el piso. Esta postura nos calma, centra, estira las vertebras, alivia la tensión en la espalda y estira las caderas. (Foto: Estefany Jaramillo).

Esa voz fuerte en la cabeza que nos dice cosas como “sigue, que el profesor te está viendo”; “mira aquélla tiene la pierna más arriba que tú, súbela, súbela más”. Es por lo general el Ego, la mente, la que se planta frente al mat y te hace extenuar en lugar de buscar centrar y calmar tus pensamientos, a través de esta práctica física.  

 

En esos segundos de extenuación, muchas veces el cuerpo está gritando un mensaje que la mente ignora y lo obliga a un ritmo, para el que quizás, aún no está preparado.

En clases veo como los estudiantes comienzan a cansarse, a jadear, arrugar la cara, porque ya no dan más y deciden seguir sin tomar una pausa en la Postura del Niño (Balasana). 

Muchas veces deciden hacerlo sólo cuando escuchan al profesor decirlo, a pesar de que siempre los motivamos a hacer lo que necesiten en clase, incluyendo tomar segundos de descanso para recuperar la energía.

Es una línea muy fina entre saber cuándo hacerlo, distinguir entre descansar porque lo necesito y no porque rechazo el esfuerzo que implica determinada postura. Sólo el practicante puede descubrirlo, porque es el único que tiene el control de su cuerpo, respiración y mente. 

Hace muchos años estaba en una clase de bailoterapia (lo que ahora se conoce como zumba) en Caracas y esa tarde también asistió mi prima Nathalie, quien antes de aprender a gatear, ya bailaba. No hay posibilidad alguna de que alguien compita con ella en el baile y le gane. Ella es incansable y lo hace con el sabor propio de la gente que lo lleva en la sangre. 

A la mitad de la clase yo estaba extenuada, mareada, sin fuerzas. Pero pensaba, no me puedo sentar porque no puedo dejar que Nathalie me vea cansada, ella está intacta, divina como una rumbera.

Así seguí, incluso sin disfrutar la clase, porque tenía que demostrar que tenía fuerzas y “alegría” en el cuerpo. Que obligación. Siempre lo tendré como referencia de lo que el Ego es capaz de arruinar. 

Ahora, en mi práctica de yoga cuando empiezo apenas a sentir cualquier signo de cansancio extremo, por ejemplo cuando escucho un pitido en uno de mis oídos, ya sé que debo ir a la Postura del Niño porque sé que me estoy mareando.

Estar presente durante la clase y saber elegir hasta dónde puedo llegar con mi cuerpo, y sobre todo cuando ir a una postura para recuperar el aliento o la fuerza, no es un signo de debilidad o de pereza. Es tener la madurez y la prevision de honrar el cuerpo y la práctica con humildad, para apreciar el momento en el que estamos. Everybody goes to child pose!